Sobre lenguajes y comunicaciones

La educación es una manera en que la vida y su experimentación se comparten socialmente por medio de la construcción (particular y general, singular y grupal) de modos de lenguaje y de comunicación que involucran relatos sobre los sentimientos, las emociones, las acciones y los pensamientos.

El lenguaje, en este marco, se reconoce como una herramienta de exploración, de experimentación y de transformación de las interacciones cotidianas y que, por lo tanto, se encuentra en constante construcción, cambio, devenir, divagación y movilidad. El lenguaje forma parte de la experiencia vital colectiva que los niños llevan a cabo.

El proceso de transformación de la vida por parte de los niños es una experiencia constante, amplia, diversa, impredecible y compleja; algunos lo llaman desarrollo, progreso, construcción, aquí solamente se asume que es un proceso de transformaciones constantes, de modificaciones sociales y experimentaciones variadas.

El quehacer docente es, en consecuencia, una experiencia dentro de ese proceso que se constituye por la interacción entre los educadores y los niños en un escenario social, cultural e institucional específico: la escuela (aunque, él se lleva a cabo en sin fin de escenarios no institucionales). El ejercicio educativo está atravesado por la manera en que los educadores se asumen como “estudiantes con los niños” y, a su vez, esa asunción, se da en la medida en que el ejercicio de interacción transforma la manera en que se percibe, siente, piensa y hace el quehacer educativo.

Ambos, vivir y enseñar, son procesos activos y constantes donde las personas participan permanentemente, no se requiere para ello una plena consciencia o ejercicio de voluntad; sin embargo, para el quehacer docente, la preparación de la práctica educativa promueve que los docentes hagan una praxis con  un mayor nivel de consciencia y voluntad. Ello bajo el principio ético de atender, cuidar, acompañar y respetar el proceso de transformación de los niños.

El quehacer educativo, por lo tanto, es una actividad voluntaria y consciente relacionada con el proceso de transformación de los niños que exige tener en cuenta el carácter de acontecimiento impredecible y en constante transformación que tiene este proceso. Los criterios de predicción, anticipación que se pudieran argüir en la praxis educativa son solo índices de aproximación a la singularidad de la experiencia vital de los niños específicos; pero que, de antemano, resultan escasos para abordar las diversas dinámicas que se están configurando en el escenario escolar.

En la medida en que la transformación vital es una experiencia conjunta, en mutua afectación y movilización, el papel de las personas varía y se transmuta constantemente y el valor de la configuración de cada uno está en la medida en que se respeta, impulsa y acoge el movimiento de cambio del otro. Desde el inicio, los docentes se hacen/deshacen con la participación y transformación que los niños están realizando en conjunto, en la experimentación de los usos del lenguaje y de la comunicación.

Los usos del lenguaje y de la comunicación, como las experiencias de vida de las personas, están atravesados y atraviesan las diversas dimensiones en que se suele dar la interacción social: intelectual, afectiva, física, estética, histórica, lingüística, política, cultural, etc. En la exploración constante de los usos del lenguaje y de la comunicación, los niños se involucran con su totalidad singular, se transforman de manera impredecible; hay mutaciones, metamorfosis constantes, propias del devenir humano. No hay, por lo tanto, una dimensión que predomine en la exploración del lenguaje y la comunicación; hay diferentes intensidades, ritmos, escenarios que juegan como impulsos, limites, estanques, ralentizadores, disparadores.

De tal manera que lo racional, lo lingüístico, lo cognitivo, lo emocional, lo social y lo artístico son puntos de anclaje o lanzadores de acuerdo al proceso que favorezcan o limiten la exploración. No hay teleología capaz de lanzar, per se, las experimentaciones vitales, ellas solo pueden oficiar como mecanismos de alinderamiento, encausamiento, bloqueo o sometimiento en cuanto se imponen como principios orientadores, o fines esperables. Hay, entonces, una profunda lucha, o tensión, entre los movimientos de creación de los niños y los aparatos de control social que se dan en la experimentación de los usos del lenguaje y de la comunicación en las dinámicas escolares.

La construcción de mundos posibles pasa por reconocer la potencia de los relatos dominados, subyugados, estudiados como parciales, enfermos, inadecuados, encausables, educables. Esta tensión política atraviesa la práctica docente y pone en cuestión ejercicios comunes de control, desconfianza, señalamiento y formación en relación con los usos del lenguaje y la comunicación. En el ejercicio de hacer-deshacer lengua/ lenguaje/ comunicación/ niño/ niña/ estudiante se privilegian las expresiones menores, aquellas enfermas: dislexias, tartamudeos, silencios y garabatos que dicen lo no-escuchado, lo indecible que también hace/deshace a los niños.


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